“Otálora es la caricatura más absurda de un Defensor del Pueblo”, ex defensor delegado
- Por: Andrés Bermúdez Liévano, Mié
- 26 nov 2015
- 8 Min. de lectura


"El Defensor no puede llamar carácter a la patanería y reclamo a la ignominia", dice Juan Manuel Osorio, uno de los altos funcionarios de la Defensoría del Pueblo que ha renunciado acusando a Jorge Armando Otálora de maltrato. Fotos: Jorge Daniel Morelo
La primera piedra del escándalo por maltrato laboral del que es acusado el Defensor del Pueblo Jorge Armando Otálora fue la renuncia de su defensor delegado para las víctimas Juan Manuel Osorio.
Osorio salió de la Defensoría en agosto, con una durísima carta -hecha pública por el periodista Juan Diego Restrepo hace tres meses- en la que explica que no soportaba más “el estilo hostil, agresivo e irrespetuoso con el que [Otálora] ejerce su liderazgo, así como el ambiente malsano y lesivo de la dignidad de las personas que éste genera”.
El ex delegado había llegado a esa entidad dos años antes, por su larga trayectoria en temas de derechos humanos: fue subdirector de derechos humanos en el Ministerio de Defensa y coordinador de derechos humanos en la Cancillería en los años noventa, y estuvo en varias de las principales misiones de paz de Naciones Unidas en el mundo (en la conjunta con la OEA en Haití en los años noventa, en la que supervisó la independencia de Timor Leste en 1998 y en la de estabilización de Haití en 2004).
Al regresar a Colombia se volvió decano de relaciones internacionales de la Universidad Jorge Tadeo Lozano, cargo desde donde Otálora se lo llevó a la Defensoría. La Silla conversó con él.
La Silla Vacía: ¿Cuándo comenzó el maltrato?
Juan Manuel Osorio: Cuando llegué a la Defensoría muy rápidamente me di cuenta de ese ambiente tan nocivo e irrespetuoso, que agredía y era lesivo de la dignidad de las personas. Y eso era una carga adicional al estrés de trabajo, que en la Defensoría no es poco.
Si el maltrato por parte del Defensor era permanente, ¿por qué aguantó tanto tiempo?
En razón de que yo había asumido un compromiso con la institución y con las víctimas -porque estoy convencido de que la reparación a las víctimas es uno de los ejes fundamentales de la apuesta por la construcción de paz- estuve soportando esto durante este tiempo.
¿Por qué tomó finalmente la decisión de renunciar?
Yo había recibido gritos, gestos de desprecio e insultos [de él], pero hubo un episodio absolutamente insólito. Estaba preparando la presentación del informe sobre ejecución de la Ley de Víctimas que tenemos que presentarle a las cabezas de las instituciones, junto con las tres cabezas de la Mesa Nacional de Víctimas. Había una reunión fechada donde se desarrollaría esto. Yo le había informado personalmente al Defensor, le dije tres o cuatro veces a su secretaria. Me había cerciorado de que esto él lo conociera.
Dos días antes me llamó al despacho, molesto porque supuestamente no le había avisado. Me empezó a insultar con palabras de muy grueso calibre. Más o menos me dijo ‘Es que ustedes hacen lo que se les da la puta gana. Pero esta huevonada se acabó. El que no aprenda se va a la puta mierda, porque aquí ustedes solo aprenden a los putazos o echándolos’.
Yo lo miré y pensaba: es la caricatura más absurda que he visto de la función del Defensor del Pueblo. Me quedé silencioso, salí y dije ‘no tengo por qué quedarme callado y no puedo ser un espectador de esto’. Así que dejé constancia de lo que a mí me pasó, entregué mi carta de renuncia motivada y me fui. Ese fue mi aporte.
Quien debe guiar a la sociedad en el respeto de los derechos humanos también debe ser un ejemplo en sus acciones”– Juan Manuel Osorio
Usted entonces presentó su carta de renuncia.
Sí, la presenté motivada. Cuando fui donde el Defensor y se la entregué personalmente, me dijo ‘yo no le puedo aceptar esto’. Yo le respondí: ‘no le pido que me la acepte, sino que me la reciba’.
Después llegó una persona de talento humano diciendo que no me la podían recibir. Entonces les llevé otra, en la que hablaba de una renuncia irrevocable a partir de agosto 15 y haciendo referencia a la primera.
¿Ese tipo de escenas que le tocaron a usted eran comunes allá?
Las escenas se daban en distintos escenarios, tanto privados y públicos. Las reuniones de directivos tenían frecuentemente algún ‘objetivo’: a alguno le venía vaciada o su humillada. Y eso también le servía de escarmiento: era una demostración de tiranía bastante desagradable y efectiva.
Era el régimen del temor: El liderazgo no se ejercía siguiendo los parámetros de un líder, sino que era la dirección -para no llamara liderazgo- ejecutada a través del miedo.
¿Esto se da en todos los niveles, desde el más raso hasta los directivos?
Yo fui testigo especialmente de los tratos denigrantes con los directivos, pero oía que se daba desde los niveles más bajos. Vi entrar a muchas mujeres al despacho [de Otálora] rezando para que no las fueran a insultar. Las vi también llorando, diciendo ‘yo no me merezco esto’. Callaba a la gente en público, con mucho desprecio y como si estuviera diciendo una estupidez de otro mundo.
Era siempre una falta de respeto por la experiencia, por el profesionalismo y por la formación.
¿Por qué se demoró tres años en estallar el escándalo?
En primer lugar, la mayor parte de la gente vive de su salario y esto hace que tomar una decisión de esas sea muy difícil.
En segundo lugar, la mayoría de la gente que está allá son profesionales muy comprometidos con lo que hacen. Es una institución única y para quienes creemos en la defensa de los derechos humanos, es un privilegio hacer parte de la Defensoría del Pueblo.
Y también hay una suerte de síndrome del maltratado, donde el pisoteado por el poderoso llega incluso a convencerse de que tuvo la culpa. Esos tres factores, más ese régimen del temor, hacían que a la gente le diera miedo: miedo de dejar su cargo y también de hablar.
¿Entonces la gente aprendió a convivir con eso?
Sí. Había mucha resignación y una especie de acoplamiento por parte de la gente. Como tratando de ponerle una costra al asunto y de decir ‘tratemos de pasarlo’.
¿Este escándalo está afectando la imagen de Otálora o de toda la Defensoría?
Existe la convicción errada de que afectar la imagen del Defensor es afectar la de la institución, cuando son dos cosas muy distintas. Sin embargo, esa idea hizo carrera dentro de la entidad: de que si no defendían la gestión, no estaba defendiendo su propio trabajo y estaban afectando a la propia institución.
Yo estoy convencido de que la gestión de la Defensoría se debe especialmente al esfuerzo comprometido de muchos funcionarios que en el terreno y desde la sede central están haciendo su mayor esfuerzo por la defensa de los derechos humanos. Es indudable que es una gestión destacada.
Pero la gestión del Defensor tiene una gran mancha que la oscurece: ha sido construida sobre el maltrato y el pisoteo de la dignidad de las personas. Es una contradicción inconcebible que requiere, por lo menos, un debate público nacional.
Y sin duda, más allá de que las agresiones causen afectaciones laborales como perder el trabajo, el significado para el país de este escándalo es que el Defensor está perdiendo su legitimidad. Hay, además, otra cosa que me parece muy preocupante: ese estilo está haciendo carrera como ‘liderazgo’.
¿Cómo es eso?
Existen personas que creen que esa es la manera en que se debe ejercer la dirección. Eso estimula el maltrato.
Yo esperaría que si se piden disculpas de verdad, se cuenten y se reconozcan los hechos y que haya una expresión manifiesta de que no volverán a suceder”– Juan Manuel Osorio
¿Por qué le parece importante que este debate se vuelva público?
Primero, el maltrato laboral es una práctica espantosa que puede estar haciendo carrera en diferentes entidades y que no se puede tolerar en ninguna institución privada, mucho menos en una pública y de ninguna manera en la Defensoría del Pueblo.
Segundo, él ha jurado defender los derechos de las personas y, pisoteando la dignidad de sus colegas y de sus funcionarios, está yendo en contra de su misión constitucional.
Usted ya estaba fuera de la Defensoría cuando estalló el escándalo. ¿Cómo lo vivió?
¿Qué se interpretó cuando salió la columna de Juan Diego Restrepo? Que yo la mandé escribir. Yo no sé en qué momento en la Defensoría asumen que yo estaba detrás de esto, pero arreció después de la primera columna de Daniel Coronell.
Hubo gente que empezó a recorrer medios hablando pestes mías y diciendo que era un incompetente y un resentido, creyendo que de esta manera podían quitarle credibilidad a lo que había dicho. Eso es antiético y sobre todo míope, porque a la opinión pública no se la engaña tan fácil.
¿Usted habló con Juan Diego Restrepo?
Nunca, me tomó por sorpresa su columna. Él nunca me contactó. Yo solo intervengo en defensa de mi buen nombre y para poner un debate que me parece fundamental.
Yo creo que hay que poner la cara, dar el debate y asumir responsabilidades.
Cuando dice que hubo una campaña de desprestigio, ¿se refiere a las acusaciones de que usted movió el escándalo a través de su esposa Laura Gil?
Sí. La teoría es que yo, a través de mi esposa, orquesté esta campaña.
Esto se evidencia claramente cuando, después de una intervención mía muy breve en La FM, la presidenta del sindicato sale a decir -seguramente por encargo- que yo la había buscado para ponerle una queja al Defensor y que yo le había dicho que lo realmente quería hacer era un escándalo mediático a través de mi esposa periodista. Cuando en realidad mi esposa ni siquiera es periodista, sino analista.
Yo le envié una nota a RCN en la que manifesté que nunca he tenido contacto con esa señora y que sus afirmaciones son falaces, malintencionadas y lesivas de mi buen nombre.
¿Ella se retractó o probó sus acusaciones?
No hubo ninguna reacción de ella, pero sí sucedió algo muy interesante. Muchos en el sindicato de la Defensoría oyeron eso y se indignaron. Hicieron una carta en la que le dicen que no se sienten representados en esas palabras, que ella está malinterpretando sus funciones y que esa no es la visión de ellos como sindicato. Ahora están llamando a una asamblea para pedirle la renuncia.
En todo este proceso, ¿ha salido mucha gente clave de la Defensoría?
Sí, varias. Sus dos secretarias privadas salieron: Astrid Cristancho ahora y ya había salido la anterior. Además salieron la delegada de recursos judiciales (aunque no conozco sus razones) y la delegada de asuntos colectivos, que yo sé que sí fue maltratada. Lo que pasa es que no clara la lista porque el maltratado no solía contarle a los otros. Todos nos avergonzábamos en silencio de que nos trataran de esa manera.
Pero el caso más patético y doloroso es el de Hernando Toro, el director de promoción y divulgación, que es en gran medida la memoria viva de la Defensoría y la persona que tiene en la cabeza la institución. No solo porque lleva muchísimos años, sino porque es muy respetado en la entidad y en todo el Estado.
Otálora apareció en Noticias Uno este domingo diciendo que “no tengo la menor excusa para ofrecer unas disculpas si lo han tomado de manera personal”, añadiendo que no renunciará y que es un tema de carácter más que de maltrato.
¿Qué tipo de disculpas son esas?, me pregunto yo, cuando dice que los señalamientos en su contra solo hacen parte de la injusta imaginación de sus malquerientes.
Yo esperaría que si se piden disculpas de verdad, se cuenten y se reconozcan los hechos y que haya una expresión manifiesta de que no volverán a suceder. Eso serían unas excusas con contenido.
El Defensor no puede llamar carácter a la patanería y reclamo a la ignominia.
¿Qué sigue entonces para la Defensoría?
La reflexión para los que van a tener el encargo de nombrar al Defensor del Pueblo para el posconflicto, con la dimensión de las responsabilidades que va a tener la Defensoría, es que debe tener las mejores cualidades [no solo] profesionales, sino personales, morales y éticas.
Quien debe guiar a la sociedad en el respeto de los derechos humanos también debe ser un ejemplo en sus pronunciamientos y sus acciones. Pero él, en su propia casa, los está pisoteando.
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